Antonio de Ulloa

   La apasionante discusión que en el siglo XVIII se planteó acerca de la forma de la Tierra fue causa de que la Academia de Ciencias de París enviase dos comisiones: una a Laponia y otra al Ecuador, presidida esta última por el eminente sabio francés La Condamine, al que acompañaban Godin y Bouguer. Queriendo el rey francés Luis XV asociar a esta empresa el nombre de España y buscar al mismo tiempo con ello apoyo para la empresa, solicitó del rey Felipe V coopera­ción para esta, expedición científica, a lo que accedió gustoso el monarca español, que incorporó a ella a dos marinos de la Armada: Jorge Juan y Antonio de Ulloa, a la sazón, dos muchachos de 21 y 19 años respectivamente. Gran extrañeza causó entre los sabios franceses el nombramiento de estos dos jóvenes, cuyos mé­ritos desconocían. Los comisionados de Espa­ña fueron en un prin­cipio tomados medio en broma y considera­dos por los franceses como dos muchachos inexpertos. Mas pron­to la comisión francesa supo apreciar los méri­tos de los dos marinos españoles; como dice un biógrafo: "si al principio los tomaron por pigmeos, pronto tuvieron que confesar que eran verdaderos gigantes".
   Después de una lar­ga odisea y de una permanencia prolonga­da en Panamá por fal­ta de medios de transporte, llegaron, por último, a Guayaquil en 1736. Vencidas muchas difi­cultades, comenzaron en junio del mismo año las operaciones geodésicas, en las que Ulloa se distinguió sobremanera; su labor excedió a todo elogio y pon­deración.
   Jorge Juan y Ulloa dieron cuenta de su hon­rosa misión en dos memorias impresas en Madrid en los años de 1847 y 1848; el primero se ocu­pó, sobre todo, de la parte geodésica y astronómica, y el segundo, de la histórica y narrativa. La trian­gulación geodésica tuvo una extensión de 76 leguas entre el pueblo de Mira, cerca de Quito, y el cerro de Pillat-Chiquir, cerca de la ciudad de Cuenca, que desde este momento, fue histórico.
   Fue Ulloa hijo de ilustre familia sevillana, nacido en la ciudad del Betis en 1716. Siendo muchacho aún, a los 13 años, su padre lo embarcó en el galeón San Luis, mandado por el Marqués de Torre Blanca, íntimo amigo suyo; llegó en su navegación hasta Cartagena de Indias. A su regreso a España, en 1732, entró en la Escuela de Guardias Marinas de Cádiz, en donde obtuvo las máximas calificaciones y llamó justamente la atención. Poco después de terminada su carrera, embarcó en el navio Santa Teresa, que con el Galicia y el Real, llevaba tropas españolas en auxilio del rey de Ñapóles, Carlos, en guerra con Austria: el que había de ser más tarde Carlos III de España.
   Al terminar Jorge Juan y Ulloa sus trabajos e investigaciones en América, decidieron regresar en buques distintos, para que fuese más difícil la pér­dida de sus instrumentos y resultados. Ulloa embar­có en el Callao en la fragata francesa Délivrance, que fue apresada por los barcos ingleses en 1745, a la vista de Terranova. Ulloa llegó a Inglaterra como prisionero, pero pronto se captó la consideración y el respeto del gobierno inglés y del Almirantazgo, que estaba presidido por el Duque de Bedford. Ante la enorme valía de Ulloa, se le permitió ir a Londres y recuperar sus documentos y aparatos: allí, cono­ció al presidente de la Royal Society, Martin Folkes, que lo agasajó y lo presentó a los miembros de esta ilustre corporación, en la que fue admitido como miembro. Folkes influyó para que se le dejara en libertad; Ulloa regresó a Madrid en julio de 1746, En este período, la Academia de Ciencias de París también lo había nombrado socio correspondiente.
    Tiene, entre otros méritos, el de haber dado a co­nocer en Europa el platino como elemento simple, el cual era tenido por los franceses por un compuesto. Él llamaba a este metal Platino del Pinto, nombre tomado del río de Colombia donde lo encontró entre sus arenas. Los franceses llamaron a este elemento platine, de donde nosotros tomamos el nombre de platino, olvidando el que le había dado Ulloa en cas­tellano. Su prestigio fue considerable. El rey lo co­misionó para que recorriera Europa con el fin de adaptar en España los adelantos de las ciencias de los países más cultos.
   El gobierno le enconmendó distintas empresas. A él, se deben la reorganización de la Real Fábrica de Paños, la organización de los colegios de Medicina y Cirugía, la terminación de los arsenales de El Fe­rrol y Cartagena; la ordenación de las minas de Almadén y la iniciativa para que se cruzasen las ovejas churras con las merinas, con lo que se obtuvo mejor calidad de lana. Fue enviado como superinten­dente de Huancavelica, en Perú, con el fin de orga­nizar la explotación del azogue en esta zona; fue gobernador de la Luisiana meridional, y más tarde, de la Florida. Ocupó después la Dirección Gene­ral de la Armada.
   Son muchas las obras de Ulloa que merecieron el honor de ser traducidas a distintos idiomas, algunas de ellas, muy elogiadas por los sabios más eminen­tes de su época. Es el sabio español más completo de su tiempo; conjuntamente con Jorge Juan, le cupo la gloria de colocar a la ciencia española en un lugar prominente, en una época en que por la falta de atención que los gobiernos en general concedían a los estudios científicos, estaban éstos en un período de balbuceos y de franca decadencia.