La leyenda de Sigfrido

   En una sombría cueva, escondida entre los imponentes bosques de las orillas del Rin, un joven alto y fuerte, de cabellos rubios y ojos azules, llamado Sigfrido, vivía con un enano de piel mo­rena llamado Regin, su compañero único y también su educador.
   Cuando llegó a su mayor edad, Regin le dijo que era hijo de un valeroso rey, muerto gloriosamente en una batalla, y añadió: "Ha llegado el momento de que dejes el bosque y te vayas por el mundo en busca de aventuras". El joven se preparó inmedia­tamente para su partida, pero antes de marcharse, pidió al enano que forjase para él una buena espa­da; éste, muy buen forjador, se puso inmediatamente a construirla, pero al terminarla, Sigfrido la rompió de un solo golpe contra el yunque. Otras tres espadas siguieron la misma suerte. Y el joven exclamó: "No puedo tomar parte en una batalla sin una espada digna de mi fuerza". Entonces, Regin, recogiendo los trozos de acero de la espada que había pertene­cido a Sigmundo, padre del héroe, forjó una nueva, una maravillosa y brillante hoja. Sigfrido la probó rompiendo y partiendo en dos de un solo golpe el yunque sobre el que Regin la había forjado.
   Durante las largas noches de invierno, el enano había explicado a su discípulo la historia del espan­toso dragón Fafner, que guardaba en su cueva te­soros valiosísimos y mataba a todos los que intenta­ban rescatarlos. Por esto, Sigfrido dirigió sus pasos hacia la guarida de la fiera temible. Cuando Fafner oyó que el joven se aproximaba, empezó a dar es­pantosos rugidos que hacían temblar la tierra; pero nada amedrentaba al héroe, que protegiéndose con­tra las furiosas embestidas de la horrible bestia, consiguió darle un golpe con su espada y herirlo de tal manera, que cayó muerto a sus pies.
   De esta manera, fue dueño del tesoro que el mons­truo guardaba, y bañándose en la sangre del dra­gón, quedó invulnerable, excepto en un punto de su espalda donde una hoja de tilo impidió que la san­gre del monstruo mojase la piel. Probando el sabor de la sangre, descubrió que al beberla, podía com­prender el lenguaje de los pájaros y demás anima­les; y comiéndose el corazón, adquirió una gran fuerza. Según otras leyendas, Sigfrido obtuvo el tesoro matando al rey de los Nibelungos. Después de llevar a cabo otras grandes y extraordinarias ha­zañas, llegó a la corte del rey Gunter, donde fue recibido como un héroe y agasajado con grandes fiestas. Allí, se casó con Crimilda, hermana del rey, doncella de maravillosa hermosura, y pasó a ser el más querido y el más valiente de los caballeros de aquel reino. Pero entre los vasallos, había uno lla­mado Hagen, que celoso de su gloria, convenció por medio de hábiles engaños al rey Gunter de que su cuñado quería arrebatarle el trono y de que era necesario matarlo.
   Hagen sabía que Sigfrido era invulnerable, ex­cepto en un lugar; y traidoramente, aprovechándose del amor de Crimilda por su marido, le pidió que le dijese cuál era el único lugar por donde podía ser herido. Para ello, explicó a la inocente esposa del héroe que, sabiendo el lugar por donde podía ser mortalmente herido, él cuidaría de protegerlo duran­te la batalla.
   Crimilda, candorosamente, descubrió el secreto, y sin saberlo su esposo, bordó una pequeña cruz en su túnica para indicar el lugar peligroso: así quedaba el intrépido Sigfrido a merced de aquellos que an­siaban su muerte. El rey organizó una cacería, y el cobarde Hagen, aprovechando un momento en que Sigfrido estaba tumbado en el suelo para beber de bruces junto a un arroyo, le clavó su lanza en la es­palda. Mortalmente herido, Sigfrido intentó atacar a su asesino, pero murió antes de vengarse. Todo el reino se vistió de luto; se dice que los dioses mismos sintieron tan gran tristeza, que hicieron bajar sobre la Tierra una profunda obscuridad durante varios días.
   Esta leyenda es el tema de una de las más fa­mosas creaciones musicales de Ricardo Wagner.