El Sintoísmo

   El sintoísmo es la religión oficial de Japón; Shinto significa camino de los dioses, según indican las palabras Shin-dios y to-camino. Su culto se remonta a tiempos muy remotos; con diversas modificaciones y acomodo a las diferentes épocas, ha llegado hasta nosotros conservando sus principios esenciales y más importantes ritos.
   Se basa en el culto de las fuerzas y energías naturales, en los temores e in­quietudes que producen en el hombre y en su sentido reve­rencial los dones y beneficios que recibe de la Naturaleza. Dentro de una concepción po­liteísta, el Shinto deifica al sol, al fuego, al viento, a la tierra, al agua y a otros gran­des agentes naturales, así co­mo a sus manifestaciones con­cretas, como las rocas, los arroyos, los volcanes, los ríos, las flores, los árboles y tantos otros elementos que animan y prestan su belleza al escena­rio grandioso de la Naturaleza, A este ciclo, se agrega el cul­to de los antepasados, los hé­roes y las grandes personali­dades históricas del país, a los que se dedica hasta una especie de Olimpo nipón. En­tre el ciclo natural y el humano, se establece una relación poético-religiosa, y así, Jim-mu, emperador legendario de la actual dinastía imperial, desciende de la sin par Amaterasu, la diosa del Sol, que es en la jerarquía religiosa del Shinto lo que Zeus olímpico es en la mitología griega.
   Los dioses o kami son innumerables: las viejas tradiciones admitían de 800 a 1500 miríadas de es­tos dioses o tal vez simplemente seres superiores, ya que la palabra kami puede interpretarse como lo más alto o lo que está encima. Los dioses que el Shinto venera están adornados de las virtudes y de los vicios humanos, a veces, de los más re­pulsivos y desprecia­bles. En su culto, se conservan ceremonias de purificación en las que el elemento purificador es el agua.
   Los dioses se simbo­lizan en una especie de alma material, el mitana, representada por objetos como espadas, lápidas y piedras re­dondas, a las que se da el nombre genérico de shintai o cuerpo de la divinidad. La falta de un sentido antropo­morfo borró en el Shinto primitivo y pu­ro la veneración de los ídolos. Los que actual­mente existen en los templos se deben a un influjo posterior budista.
   Los mitos del Shinto se con­signan en dos libros sagrados, el Kojiki y el Nihongi, influi­dos por la cultura china; el último está escrito en chino. En los siglos XVII y XVIII, se experimentó una intensa re­novación o renacimiento, alma del cual fue el samurai Keichin, seguido por sus discípu­los Mabuchi y su continuador, Matoori, que escribió los co­mentarios al Kojiki o Kojidi-ken, de 44 volúmenes. Más tarde, el sintoísmo tomó una orientación política y fue ele­vado, después de un período en el que contó con un apoyo oficial cada vez más decidido, a la categoría de religión del Estado. La Constitución de 1889 declaró, sin embargo, la igualdad de los distintos cre­dos ante el Estado; esto pro­movió un fuerte movimiento sintoísta, que convirtió a la religión en una verdadera institución estatal. Esta fase culminó en el mikadismo o culto al emperador o Mikado, quien alcanzó con motivo de este proceso la categoría de un kami y fue realmente objeto de culto nacional.
   El culto se celebra en unos recintos llamados himorogi, circundados por el sakari, hecho de una planta, la Clevera japónica, árbol sagrado del Shin­to. Los sacerdotes, jkannushi o inkwan, ejercen su sacerdocio de un modo hereditario.