Las primera minas

LAS ANTIGUAS MINAS DE ORO DE EGIPTO
Algunas de las primeras minas que han llegado a nuestro conocimiento fueron las famosas minas de oro en la península de Sinaí. Hasta donde sabemos, los egipcios fueron los prime­ros en descubrir el método de obtener oro en lavaderos.
Idearon una forma muy ingeniosa de separar los finos gra­nos de oro. La grava, mezclada con agua, se vertía por un plano inclinado cubierto con pieles de oveja. Las partículas de oro quedaban adheridas a la lana. Ese fue el origen del fa­moso vellocino de oro del que cuenta la literatura clásica.

LAS MINAS DE PLATA DE GRECIA
En otra región del Mediterráneo se perfeccionaba la mi­nería de plata. Cerca de la ciudad de Atenas se hallaban las minas de plata de Laurio. En una forma u otra, sin maquina­ria, los atenienses pudieron perforar tiros muy profundos. Uno de ellos tenía una profundidad de 118 metros. Desde esos tiros partían túneles subterráneos, lo suficientemente grandes para permitir a un minero arrancar el precioso mineral de plata.
Los túneles corrían por pares, paralelos y conectados por transversales, para que el aire circulara mejor. Los mineros eran esclavos, condenados a trabajar en las minas hasta morir.
A cada esclavo se le daba una lámpara con suficiente aceite para alumbrarlo diez horas, que era la duración de cada tur­no. Los nichos en las paredes de las minas de Laurio indican los lugares en que los esclavos colocaban sus lámparas mien­tras estaban trabajando.

EL DESCUBRIMIENTO DEL HIERRO
El bronce se empleaba ya en muchas partes del mundo an­tes que fuese descubierto el metal que a la postre lo reemplaza­ría. Puesto que el hierro no se puede extraer como metal puro, transcurrió mucho tiempo antes que el hombre lo descubriera.
Es verdad que en el transcurso de varios siglos habían caí­do a la Tierra pedazos de hierro procedentes del espacio ex­terior, o sean los meteoritos. Los egipcios estimaban más esos rarísimos trozos de hierro que el oro mismo. Por último, se descubrió el secreto de que el rojizo óxido de hierro se podía fundir obteniéndose una masa entre gris y negra, que era mu­cho más fuerte que cualquier otro metal.
Poco a poco el hombre empezó a usar hachas, espadas y clavos de hierro. Era más duro que el bronce y la tribu que tuviera las armas más fuertes tenía mayores probabilidades de ganar sus guerras. Las espadas de hierro eran las más fuertes.