El grandioso invento del pararrayos se lo debemos a la intuición de Benjamín Franklin (1706-1790), que nació en Inglaterra y se trasladó posteriormente a los Estados Unidos. Economista, escritor, hombre político, filósofo, impresor y científico, fue llamado por la valentía de sus ideas el «Voltaire americano». A él se debe la invención de objetos de utilización tan común como la estufa que lleva su nombre y las gafas de lentes bifocales. No obstante, su nombre quedará unido para siempre al valioso invento del pararrayos. El siglo XVIII fue la época en la que adquirieron mayor impulso los estudios relacionados con la electricidad, y Franklin intervino en dichos estudios para demostrar que el rayo era una descarga eléctrica.
En 1752 llevó a cabo su famoso experimento. Construyó una cometa de seda, le aplicó una punta de hierro, le ató un hilo metálico que sostenía con la mano prudentemente cubierta por un guante de seda, y en el transcurso de una violenta tempestad, la lanzó al aire. Fue alcanzada por un rayo y, efectivamente, una descarga eléctrica recorrió el hilo metálico hundiéndose en el suelo. Sobre la base de este principio se realizó el pararrayos.