Al leer la historia de Juana de Arco (1412-1431), se piensa en un cuento de hadas. Juana era una muchacha campesina que no sabía leer ni escribir, y se convirtió en jefe de los ejércitos franceses; revestida con una brillante armadura, condujo a los soldados al triunfo. Cuando fue coronado el rey de Francia en la catedral de Reims, ella estaba de pie a un lado del trono. Pero allí termina el cuento de hadas, porque la historia de Juana no tiene un desenlace feliz.
Juana vio la luz primera en Domremy, aldea situada al norte de Francia, donde su padre tenía una granja.
En aquella época, Francia no era un país prospero. Casi durante cien años había estado en guerra con Inglaterra, que aliada a los habitantes de Borgoña, tenía en su poder gran parte de la región norte del país. El príncipe que debía ocupar el trono de Francia, el delfín Carlos, no había sido coronado aún. Por desgracia, era un ser egoísta y de carácter débil.
Un día, mientras cuidaba Juana las ovejas de su padre, escuchó unas voces misteriosas que le ordenaban ayudar al delfín, libertar la ciudad de Orleans y hacer consagrar en Reims a Carlos VII.
Juana cumplió con el mandato divino y se convirtió en la heroína de la lucha nacional. Pero los ingleses la apresaron, "la juzgaron y la declararon culpable de hechiceria. Juana de Arco fue quemada en Ruán, el 30 de mayo de 1431. Tenía 19 años.