En la Edad Media, la gente no disponía de tantas maneras de divertirse como ahora. Los reyes y los grandes señores tenían bufones que, vestidos de modo parecido a los payasos de los circos, hacían reír diciendo chistes y remedando a los cortesanos y hasta a su propio amo.
En cambio, los juglares divertían a todas las clases sociales, pues si bien algunos formaban parte de la servidumbre de los reyes y de los nobles, los más iban de un lugar a otro en busca de un público variado del que recibían regalos en dinero, ropa o comida. Su oficio era alegrar a la gente, cantando, tocando algún instrumento, bromeando, haciendo juegos de prestidigitación, de acrobacia, malabarismo, mímica, etc., o bien exhibiendo osos y monos amaestrados.
Andando el tiempo, los juglares abandonaron todos estos ejercicios y se limitaron a recitar o cantar, acompañándose por lo común de instrumentos de cuerda, acudiendo a los campamentos, a las comidas de celebración, bodas y bautizos y a otras fiestas más propiamente religiosas.
Los frecuentes y a veces largos viajes que hacían los juglares de corte en corte o de mercado en mercado para buscar y variar su público son de gran interés para la historia de la literatura, ya que eran ocasión de divulgar la producción musical y poética de entonces por muy diversas comarcas y aun países.