Ver sin ser visto: éste es uno de los viejos deseos humanos. Está expresado en las antiguas leyendas y en los cuentos de hadas, como en la historia del famoso asno de Giges, rey de Lidia, e incluso en la novela moderna, como en
El hombre invisible, de Wells. Pero la realización de este deseo la tenemos aquí, cómodamente, en nuestra casa, y la satisfacemos a costa de las gentes de fuera: visillos, persianas, cortinas, espejos inclinados colocados al borde de la ventana, y tantos sencillos medios que nos permiten vigilar al prójimo sin que éste se entere. Entre esos medios figura también la mirilla, esa abertura practicada en la puerta. Y mejor aún la mirilla óptica, que consiste en una pequeña lente que nos proporciona una imagen reducida de todo el rellano de la escalera.