Durante los siglos de más negra barbarie de la Edad Media, cuando parecía que se hubiera extinguido cualquier forma de justicia y caridad, en tanto que las interminables guerras se abatían constantemente sobre toda Europa nació el monaquismo. Los monasterios, que muy pronto se multiplicaron por todas partes, se convirtieron en auténticas islas de paz. Los bárbaros los respetaron casi siempre, lo que les permitió erigirse sucesiva o simultaneamente en refugios contra el peligro, en asilos para los menesterosos, en centros de cultura y de fe, y en escuelas para muchos jóvenes.
En ellos buscaron la paz multitud de personas acaudaladas y hartas de su ajetreada y vana vida. Las tierras que tales señores ofrecían a los conventos se destinaban a obras caritativas.