Evangelista Torricelli, profesor de Física y Matemáticas en la Florencia de la primera mitad del siglo XVII, tomó uno de los largos y finos tubos de cristal, encargado a algún experto artesano vidriero de los que no faltaban en esa época en su país, y lo llenó de mercurio hasta el borde. Con un dedo tapó el extremo abierto y dio la vuelta al tubo, sumergiéndolo en una cubeta que contenía también mercurio. Quitó entonces el dedo y el tubo empezó a vaciarse para ir añadiéndose su mercurio al de la cubeta. Pero no se vació completamente. Precisamente a una altura de 760 milímetros sobre el nivel del fondo de la cubeta, la superficie superior de la columna se detuvo. En el interior del tubo, sobre esa columna, quedaba el vacío. Si Torricelli inclinaba el tubo, el borde superior de la columna ocupaba algo de ese espacio vacío, pero se mantenía exactamente a la misma altura respecto del fondo de la cubeta: 760 milímetros.
La razón de este fenómeno la dejó explicada el mismo Torricelli: Vivimos —decía— sumergidos en el fondo de un océano de aire, que, según el experimento, demuestra tener un peso. Sobre la superficie del líquido de la cubeta está ejerciendo presión una columna de ochenta kilómetros de aire. Por tanto, no hay que maravillarse de que en el tubo, sin nada que se oponga a su entrada, el líquido se eleve hasta equilibrar el peso de aire que soporta en el exterior. O, dicho de otro modo, la presión del aire comprime el mercurio de la cubeta e impide que el tubo se vacíe. Como consecuencia, al reducir la masa de aire que actúa sobre la cubeta y, por tanto, su peso, se producirán cambios en la presión, reflejados en el nivel de la columna de mercurio. En la cumbre de una montaña el océano de aire será menos profundo y el peso inferior del aire será capaz de soportar una columna de mercurio también inferior. Conclusión: el experimento demostraba ser capaz de medir la presión atmosférica, sirviéndose de lo que pronto se llamaron tubos de Torricelli y más tarde barómetros. Como además el peso del aire es mayor o menor según que, respectivamente, sea seco o húmedo, y la humedad del aire significa que va a llover, los barómetros comenzaron a usarse como instrumentos para predecir el tiempo.
Este del barómetro fue el más resonante de los muchos descubrimientos que Evangelista Torricelli, discípulo de Galileo, llevó a cabo en su corta vida, ya que murió en 1647, a los 39 años de edad. Descubrió que la luz se propaga más fácilmente a través del vacío, formuló los principios fundamentales de la hidrodinámica y enunció un teorema físico que lleva su nombre, pero, sin duda, el haber sido el primero en contribuir a que sepamos el tiempo que hará mañana es lo que nos hace sentirnos más en deuda con Torricelli.