Con Roumanille y otros escritores de la región Mistral inició el jelibrismo, movimiento que se propuso resucitar la poesía provenzal, de magnífica tradición en la Edad Media.
En 1859 se publicó en Aviñón su obra maestra, Mireya, poema épico en estancias y en 12 cantos en que se traza un hermoso cuadro de la vida rural, del paisaje y de las costumbres provenzales. Mireya alcanzó gran difusión en el resto de Francia y en otros países, no sólo por su elevado valor literario, sino también por tratarse del primer intento tendiente a resucitar la tradición de los trovadores provenzales. Aunque el tema de la obra se considera trivial, las descripciones que contiene rebosan gallardía, frescura, armonía y color.
Mistral ganó nueva gloria con Calendal (1867), Las islas de oro (1876) y El poema del Ródano (1897). Estas poesías fueron ampliamente divulgadas, y en 1904 se le concedió el Premio Nobel de Literatura, que compartió con el dramaturgo español don José Echegaray.
Otras obras importantes de Frédéric Mistral son sus Memorias y una tragedia que tituló La reina Juana.
La fama de Mistral se debe más a su genio para evocar el color y las costumbres de la tierra que a los asuntos que trata. Su epopeya, que relata una historia de amor común, está muy lejos de la épica clásica o de los cantares de gesta; su fuerza poética radica en la descripción del paisaje y en la evocación de las antiguas tradiciones provenzales. Es uno de los más notables poetas regionales del siglo XIX.