El punto de partida de la navegación a vapor puede fijarse en agosto de 1807, cuando el barco Clermont remontó el río Hudson desde Nueva York hasta Albany (270 kilómetros) en treinta y dos horas, y después lo descendió en sólo treinta. Los muchos escépticos que, por su cuenta, habían bautizado al barco Fulton's Folly (La chifladura de Fulton) hubieron de batirse en retirada. El ingeniero creador del Clermont era Robert Fulton, nacido en Pennsylvania en 1765, quien, aparte de poseer dotes poco comunes para la mecánica, tenía como ocupación principal la de pintar. Hacia 1787 se trasladó a Gran Bretaña, donde patentó un sistema de esclusas para la navegación en canales, así como máquinas de aserrar mármol, fabricar sogas e hilar cáñamo. Luego se trasladó a París, donde, tras experimentar sin éxito un modelo de torpedo autopropulsado, comenzó a interesarse por las posibilidades de la navegación a vapor, y así probó su primera embarcación de este tipo en 1803 en aguas del Sena, con resultado satisfactorio. Fulton ofreció su invento—y además un submarino cuya hélice se accionaba a mano— al primer cónsul. Napoleón Bonaparte, quien los rechazó, perdiendo quizá con ello la oportunidad de acabar con la supremacía británica en los mares. Fulton trabó amistad con el representante norteamericano en París, Robert Livingston, otro convencido de las posibilidades de la navegación a vapor. Decepcionados ambos por el poco interés que demostraban los franceses por sus ideas, volvieron a América en 1806, dispuestos a construir el que sería famoso barco Clermont.
El viaje del vapor a ruedas de paletas aguas arriba del Hudson supuso un éxito memorable para Fulton. A los dos meses de producirse, se estableció un servicio regular Nueva York-Albany que transportaba unos cien pasajeros por viaje. En 1812, el New Orleans, de Fulton y Livingston, entró en servicio en el Míssissippi, naciendo así para aquel río un elemento que en adelante se haría inseparable de su paisaje y su folklore.