El antepasado del cinematógrafo fue el fenaquisticopio ideado en 1832 por el físico belga Joseph Plateau. Consistía en un cilindro giratorio, provisto de rendijas, y en el interior del cual se colocaba una banda de papel sobre la cual se había dibujado un personaje o un animal en las fases sucesivas de un movimiento; por ejemplo, un pájaro que batía las alas. Cuando se imprimía al cilindro un movimiento rápido de rotación, la serie de imágenes, percibidas a través de las rendijas, desfilaban ante el ojo y daban la sensación de movimiento continuo, gracias al fenómeno de la persistencia de las sensaciones ópticas durante un breve momento: el ojo establecía un enlace entre ellas, al no tener tiempo de borrar y olvidar la imagen precedente antes de que apareciera la inmediata.
Etapa siguiente: en 1872, el gobernador de California escogió a un fotógrafo norteamericano, Muybridge, como arbitro de una apuesta de 25.000 dólares en la que sostenía que, en un momento dado, un caballo corriendo al galope no tocaba el suelo con ninguno de los cuatro cascos. Hecho que demostró Muybridge gracias a una secuencia fotográfica realizada por una batería de doce cámaras que se disparaban automáticamente al pasar el caballo. Esta secuencia se proyectó en San Francisco, en 1880, por medio de un praxínoscopio (disco que gira ante el objetivo de una linterna mágica).
El gran fisiólogo francés Jules Marey perfeccionaría el procedimiento de Muybridge con su fusil cronofotógrafo, inspirado en el revólver astronómico de Janssen. Lo que le interesaba a Marey era el análisis del movimiento. Pero bastaba proyectar sobre una pantalla, a razón de un mínimo de 12 por segundo, la serie de imágenes fotografiadas con su "fusil" para obtener una síntesis visual de ellas.
De esto al cine propiamente dicho sólo faltaba un paso: encontrar un mecanismo que hiciera avanzar la película a sacudidas, tanto en la toma de vistas como en la proyección.
Este mecanismo, destinado al arrastre intermitente de la película, fue la cruz de Malta de Louis Lumiére (patentada en 1895).
Gracias a esta cruz, indispensable tanto en la cámara como en el proyector, fue posible filmar, y después proyectar en público, las primeras películas del mundo: la Salida de los obreros de la fábrica, la Llegada del tren a la estación de La Ciotat y El regador regado.