La isla de Pascua, aunque es la más oriental del archipiélago polinésico, se halla situada nada menos que a 3.760 km. de las costas chilenas de la provincia de Valparaíso, lo que equivale a decir que es un punto perdido en medio de la inmensidad del océano Pacífico. Este pequeño islote volcánico, en el que hoy viven unos 5 mil habitantes bajo la soberanía chilena, se ha hecho universalmente famoso por la profusión de gigantescas esculturas que se alzan en su suelo y que han sido objeto de incansables estudios por parte de historiadores, expertos en arte y científicos, desde que James Cook las descubriera en uno de sus largos viajes hacia 1775: unas esculturas cuya altura oscila entre 1,5 y 11 m., realizadas en roca volcánica y que representan el torso y la cabeza de figuras generalmente masculinas. Sigue siendo un misterio quiénes y por qué, o en virtud de qué misterioso rito u homenaje, levantaron estas monumentales estatuas toscamente esculpidas, plantadas en el suelo a cierta distancia unas de otras. Asombra encontrarse ante semejantes monumentos que tuvieron que requerir la técnica, el esfuerzo y la capacidad artística de muchos hombres, en una isla tan reducida, aislada y desprovista de cualquier otro rastro de civilización. Sin duda, hace muchos siglos se desarrolló allí una cultura peculiar, diferente al resto de las polinésicas, con una organización social y religiosa propia, que ha desaparecido sin dejar más rastro que esas misteriosas cabezas, otras construcciones de tipo dolménico y algunas maderas grabadas con extrañas figuras de animales e ídolos.