Cuando su hija se casó con el Conde de Grignan, teniente general de la Provenza, y éste se la llevó a su guarnición, lejos de París, Madame de Sévigné quedó desconsolada; pero gracias a ello, escribió sus magníficas Cartas, dirigidas a lo largo de muchos años a su hija. Estas misivas, que no siempre fueron enviadas, están llenas de pequeñas murmuraciones y chismes que explican mejor que más serios y trascendentales documentos y relatos o que la historia más solemne, lo que en realidad era la vida cortesana en aquellos días.
Pero lo que motiva principalmente la admiración que despiertan estas Cartas es el profundo afecto, el brillante humor, la sinceridad y la espontaneidad con que están escritas. Madame de Sévigné parece haber vertido sobre el papel en forma artística toda su deliciosa, observadora y alegre vitalidad.
Las cartas de Madame de Sévigné, en número de cerca de 1 500, son un monumento de la literatura epistolar.
Además de las escritas a su hija, se conservan otras dirigidas a diversos personajes de aquel tiempo, y todas son verdaderas joyas literarias y modelos ejemplares del género epistolar.