Según un mito griego, Dédalo, el inventor ateniense, fue el primer hombre en volar. Él y su hijo, Ícaro, habían sido encarcelados en la isla de Creta por el rey Minos. Con el fin de escapar, el ingenioso Dédalo construyó alas con plumas de águila y cera.
Mientras volaban, Ícaro se aventuró demasiado alto por lo que el sol derritió la cera que mantenía las plumas juntas. El muchacho se ahogó en el mar, por lo que en su recuerdo su padre llamó Icaria a la tierra cercana al lugar de la caída de su hijo. Entristecido, Dédalo continuó con su vuelo y llegó a Sicilia, a varios cientos de kilómetros de distancia.
También hay una vieja leyenda inglesa sobre un tal rey Bladud que, durante su reinado en el siglo IX antes de Cristo, construyó sus propias alas para volar. Pero su vuelo duró poco y cayó al vacío.
El sueño de volar continuó, pero invariablemente, en todas las leyendas, el piloto logra alzarse por un momento como un pájaro para luego caer como una piedra. Tuvieron que pasar más de 26 siglos después del vuelo del mítico rey Bladud cuando por fin los hombres volaron por el aire (en globo) y regresaron a tierra de manera segura.