Un ventrílocuo es capaz de ejecutar su acto -conversar con un muñeco sentado en su regazo- controlando la respiración y los movimientos de la lengua. Para emitir su voz y hacer que parezca que el muñeco está hablando, respira a fondo y pronuncia las palabras del modo usual, pero al hacerlo encoge la lengua y sólo mueve la punta. Esto hace que se eleve y contraiga la laringe, que se estreche la glotis y que se compriman las cuerdas vocales, lo que a su vez apaga y difunde el sonido y hace que parezca provenir de otra dirección.
El ventrílocuo distrae al público moviendo los ojos y la cabeza del muñeco con cordones y palancas ocultos, y haciendo que abra y cierre la boca al ritmo de las palabras. La amplia sonrisa que muestra mientras el muñeco ‘‘contesta’’ le permite hablar con facilidad sin mover demasiado los labios.
El sonido de las vocales puede pronunciarse fácilmente sin mover los labios, pero las consonantes son mucho más difíciles de articular, sobre todos las labiales (b, p y m). Por eso los ventrílocuos usan muñecos de animales o niños para poder distorsionar la voz.
Para simular una voz que proviene de lejos, el ventrílocuo presiona la lengua contra el paladar y pronuncia apenas las palabras; para hacer creer que la voz sale de una caja emplea un tono ronco y profundo, y para insinuar que proviene del techo o de un tejado emite una voz chillona.
La palabra ventrílocuo procede del latín venter (‘‘vientre’’) y loqui (‘‘hablar’’). Los antiguos romanos pensaban que el sonido de las letras vocales provenía del vientre, y sus agoreros hablaban como ventrílocuos cuando anunciaban un acontecimiento futuro.