POR APOLO MÉDICO Y ASCLEPIO, E HIGIA, INVOCANDO LOS TESTIMONIOS DE TODOS LOS DIOSES Y DIOSAS, YO JURO:
CONSIDERARÉ COMO MI PADRE A QUIEN FUE MI MAESTRO EN ESTE ARTE. PARA CURAR LOS ENFERMOS, PRESCRIBIRÉ SU TRATAMIENTO SEGÚN MI MEJOR JUICIO, CUIDANDO DE EVITARLES CUALQUIER DAÑO...
NI AUN ANTE UNA SOLICITACIÓN INSISTENTE PROPINARÉ A NADIE UN REMEDIO MORTAL, NI DARÉ A PERSONA ALGUNA TAL CONSEJO. . .
CUIDARÉ MI VIDA Y MI ARTE CON PUREZA Y SANTIDAD...
EN TODAS LAS CASAS EN LAS QUE DEBA PENETRAR LO HARÉ SÓLO PARA CUIDAR LOS ENFERMOS...
TODO AQUELLO QUE DEBA OÍR Y VER EN MI CALIDAD DE MÉDICO, Y QUE NO DEBA SER REVELADO, LO GUARDARÉ COMO UN SECRETO...
SI PERMANEZCO FIEL A ESTE JURAMENTO, QUE ME SEAN CONCEDIDAS LAS VENTAJAS DE MI PROFESIÓN Y EL SER HONRADO POR LOS HOMBRES. SI ASI NO LO HICIERE, QUE SUCEDA TODO LO CONTRARIO.
EL texto anterior es, en resumen, con algunas modificaciones, el juramento que millones de médicos, por siglos y siglos, han prestado delante de sus maestros, antes de iniciar el ejercicio de su profesión.
Como es muy natural, se trata de una fórmula antiquísima; en efecto, fue dictada en el siglo V antes de Cristo, por Hipócrates, el más famoso médico de la antigüedad.
Una pregunta surge espontánea: ¿cómo pudo este hombre, que vivió hace casi 2.500 años, dar en esta materia normas que aún hoy conservan plena vigencia? Por cierto que, por haber sabido indicar cómo debe comportarse un médico honesto y escrupuloso, en cualquier época, sean cuales fueren los progresos alcanzados por la ciencia, nos ha dejado una prueba de su singular personalidad.
ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS
Muy poco se sabe de la vida de Hipócrates. A pesar de ello, en ninguna antigua biblioteca faltaban voluminosas biografías de este gran hombre. Allí se encontraban fantásticas narraciones de episodios de su infancia, minuciosas descripciones de sus peregrinaciones a través de Grecia y el Asia Menor y hasta diálogos de sus disputas con los médicos-magos, a quienes combatió duramente. Pero bien es sabido que, cuando un hombre adquiere mucha fama y la estima de todo un pueblo, cada quien quiere agregar algo de su invención y entonces surgen las leyendas y las biografías fantasiosas, porque, completan, complacientes, con la imaginación lo que no se encuentra en la historia.
Se sabe con certeza que Hipócrates nació en la isla de Coo (mar Egeo), cerca del año 460 antes de Cristo. Hijo y posiblemente también sobrino de médicos, se puede decir, estaba predestinado a dedicarse al mismo arte; otro dato seguro no se conoce, tampoco la fecha de su muerte, pero se supone que acaeció alrededor del año 365; como se ve, vivió muchos años. Se supone que ya en edad avanzada, había realizado largos viajes, observando atentamente la constitución física de los hombres de distintos países y sus enfermedades más frecuentes; todo esto se deduce de lo que dejó escrito sobre tales temas.
El testimonio incuestionable de su existencia y de su obra está constituido, en efecto, por la enorme cantidad de escritos que se le atribuyen. Se trata de cerca de 50 volúmenes, escritos en dialecto jónico. De todo esto, con certeza sólo una pequeña parte es realmente obra del mismo Hipócrates; el resto, quizás, habrá que atribuirlo a sus discípulos (entre los cuales deben contarse sus hijos) y a los continuadores de su escuela. En todos estos trabajos se encuentran expresiones de respeto a las opiniones científicas y sobre todo, a las condiciones morales del maestro, que supo granjearse no solo la admiración de sus contemporáneos, sino de la posteridad.
ESCRÚPULO Y HONESTIDAD
"Cubren su incapacidad con el manto de la divinidad. Las extrañas curas provienen, según ellos, de Dios. Se le indica al enfermo de epilepsia que se vista de negro, que no ponga un pie sobre el otro, que no se abrigue con pieles de cabras. Si, cayendo, grita como una cabra, es culpa de la diosa Cibeles; si tiene espantos nocturnos, será culpa de otros dioses que lo persiguen, manteniéndolo en vela".
Así, arremetía Hipócrates contra los médicos que hacían recaer la causa de las enfermedades en la voluntad de los dioses o en una serie de extrañas supersticiones. Y citaba el caso de pobladores de Libia que vestían pieles de cabra, sin tener, por esto, un. número mayor de epilépticos que otras regiones.
Para Hipócrates, las enfermedades no son sino hechos naturales, que deben tratarse también con remedios naturales, y por eso, combatía toda otra clase de recursos, como ofrendas a los dioses, fórmulas mágicas y cosas similares. Los médicos, decía, deben observar bien al enfermo, informarse sobre el curso de su enfermedad, tratar de descubrir la causa y luego, razonando por cuenta propia, y según las conclusiones a que hayan llegado, prescribir el remedio más adecuado. En esta exhortación está ya indicada la importancia de la semiótica (esto es, el arte de examinar el cuerpo humano y descubrir los signos de las enfermedades) y del diagnóstico (o sea la individualización del mal). También hace notar la necesidad de una terapéutica (vale decir, los medios que han de emplearse para la curación). Éstos son los elementos de que todavía se vale hoy la ciencia médica más avanzada, en la lucha que constantemente sostiene contra las distintas dolencias que aquejan a la humanidad.
Hipócrates dejó también largas y minuciosas descripciones de los síntomas de algunas enfermedades y de sus tratamientos. Lo importante de su obra, es haber indicado el método justo, siguiendo el cual, la medicina dejaría de ser un conjunto de prácticas mágicas, para pasar a ser una verdadera ciencia.