Detrás de ambas empresas —la de las bombas voladoras y la de la conquista de la Luna — , a cual más asombrosa desde el punto de vista científico para sus respectivas épocas, había una misma persona, un sabio que dedicó su vida al estudio de los cohetes: el alemán Wernher von Braun.
En 1934, cuando von Braun tenía veintidós años, los nazis se apoderaron de la Asociación para la Astronáutica, en la que el joven físico trabajaba. Desde entonces hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial se vio convertido en el máximo responsable de los programas de construcción de cohetes balísticos de largo alcance. Con sólo veintitrés años, era director técnico de la base de cohetes de Peenemünde, donde se trabajaba bajo un estricto secreto militar. Las terroríficas bombas voladoras V-1 y V-2 fueron fruto de las experimentaciones de Von Braun. Cuando el final de la guerra ya está próximo se entrega a los norteamericanos, quienes no vacilan en ofrecer al joven cerebro toda clase de facilidades para que se traslade a Estados Unidos y desarrolle allí, en beneficio del país, sus amplios conocimientos y pueda cumplir su viejo y ambicioso deseo: inventar cohetes capaces de lanzar algún día naves al espacio.
Desde entonces hasta 1977, en que murió, Von Braun, nacionalizado norteamericano en 1955, estuvo dirigiendo o asesorando todos los programas relacionados con cohetes y los proyectos espaciales de Estados Unidos.