Aunque la primera observación acertada sobre la existencia de la célula la formuló el inglés R. Hooke en 1665, al comprobar, mediante un rudimentario microscopio, que la estructura del corcho consistía en múltiples cavidades vacías, a las que llamó cells, el descubrimiento definitivo de la célula no tuvo lugar hasta 1839, en que los alemanes Matthias J. Schleiden, botánico, y Theodor Schwann, naturalista, comprobaron en vegetales y animales, respectivamente, la existencia de unidades elementales similares, que pronto se relacionaron con las cavidades descubiertas por Hooke tiempo atrás en el corcho y que no eran sino células muertas.
Schleiden (1804-1881) era un abogado de Hamburgo que había abandonado su profesión para dedicarse a la botánica. Schwann (1810-1882) era un histólogo alemán que residía en Bélgica, dónde desempeñaba la cátedra de Anatomía en la Universidad de Lovaina y más tarde lo haría en la Universidad de Lieja. La correspondencia que Schwann mantuvo con Schleiden, quien había realizado interesantes investigaciones sobre los tejidos vegetales que le conducirían hasta el descubrimiento del nucléolo (corpúsculo que se encuentra en el interior del núcleo de la célula), llevó al primero a sentar las bases de la teoría celular, y a considerar la célula como la unidad elemental de la vida, presente en todos los organismos vivos. Schwann descubrió asimismo que el núcleo es la parte más importante de la célula, pues no sólo rige sus principales actividades, sino que determina las características hereditarias de las futuras células. La consecución de la teoría celular fue uno de los logros fundamentales de la biología moderna, habiendo condicionado el desarrollo de ciencias biológicas como, por ejemplo, la genética, la bioquímica y la microbiología.