Imaginemos un termómetro que, en cuanto alcanza una determinada temperatura, corta automáticamente un circuito eléctrico y que está unido a una luz o a un timbre. Así tendremos un detector de incendios y una señal de alarma. Generalmente, los detectores están constituidos por una pieza de metal muy fusible, cuya fusión dispara los timbres, e incluso ciertos dispositivos de agua. Algunos llevan incluida una célula fotoeléctrica que denuncia el incendio cuando el humo la oscurece. Otros contienen sal de radio, cuya emisión de radiaciones es interceptada por el paso de las grandes moléculas producidas por una combustión anormal. Estos últimos se utilizan en los grandes buques transatlánticos.