Realmente puede decirse de la televisión que es un invento colectivo, ya que fue naciendo como consecuencia de toda una serie de descubrimientos científicos y técnicos, cada uno de los cuales permitió la consecución del otro. Pero si hubiera que destacar a alguien en ese proceso de nacimiento de la pequeña pantalla, por su especial contribución a él, habría que hacerlo con John Logie Baird, un escocés nacido en 1888 y que estudió electrotecnia en la Universidad de Glasgow. Baird conocía el invento llamado disco de Nipkow, ideado por el estudiante berlinés Paul Nipkow en 1884, consistente en un disco giratorio provisto de una serie de pequeños orificios dispuestos en espiral. El disco se colocaba frente a un objeto fuertemente iluminado, cuya imagen quedaba completamente explorada y descompuesta en puntos luminosos al girar el disco; al incidir estos puntos sobre una célula de selenio (que tiene propiedades fotoeléctricas, o sea que al recibir un rayo de luz emite electrones) se transformaban en impulsos eléctricos de intensidad correspondiente al grado de luminosidad de los anteriores. El equipo receptor realizaba la operación al revés: los impulsos eléctricos llegaban hasta una fuente de luz (una lámpara de neón) y se convertían nuevamente en vibraciones lumínicas que pasaban por los agujeros de otro disco, similar al primero y perfectamente sincronizado con él, que reproducía de nuevo la imagen sobre una pantalla colocada detrás. Baird perfeccionó el disco de Nipkow y logró amplificar las débiles señales procedentes de la fotocélula. En 1929 dio en Londres la primera sesión pública de televisión.