Cuando los normandos conquistaron Inglaterra, dividieron el país y confiaron la administración de los condados a los earls, que eran de la misma categoría social que los condes continentales, y sus mujeres fueron llamadas condesas. Al principio, los individuos de la nobleza se denominaban barones, que quiere decir: hombres de calidad, título que después llegó a indicar una jerarquía nobiliaria más modesta. Para dar a los hijos y parientes del rey títulos de categoría más alta que el de earls, el rey Eduardo III, en 1337, creó el título de duke y se lo concedió a Eduardo, el Príncipe Negro, al que nombró duque de Cornwall. Hoy, el más alto grado de nobleza, próximo al rey y príncipes reales, es el de duque, y hasta ahora, pocos duques hay en Inglaterra que no sean de sangre real. Hay excepciones: por ejemplo, el Duque de Wellington, cuyo antepasado ganó su título por victorias militares.
Las fronteras o marcas de los reinos feudales eran frecuentemente atacadas por el enemigo, y el jefe de tales distritos era llamado marqués, categoría comprendida entre la de duque y conde. Posteriormente, se creó el título de vizconde. Todos estos títulos eran dados a los jefes de comarca y a los que tenían grandes propiedades. Por debajo de ellos, estaban los caballeros y sus escuderos.
En España, los verdaderos títulos nobiliarios son posteriores a los comienzos de la Reconquista, aunque aparecieron en germen ya en tiempos del Imperio Romano y durante la monarquía visigótica. Arrancan esencialmente de la guerra contra los árabes; en plena formación nacional, el valor personal tenía un mérito que podríamos calificar de absoluto, porque era indispensable para la vida colectiva. Y los más valientes eran premiados y jerarquizados con títulos nobiliarios y con la adjudicación de tierras y pueblos en señorío. Mas ya en Las Partidas de Alfonso X el Sabio, se dispone que se concede el título de conde a los profesores de Jurisprudencia con veinte años de enseñanza. Posteriormente, se concedieron los títulos por otras causas, generalmente relacionadas con el servicio de la patria, y muchas veces, con el capricho real.
Fue la Monarquía la que concedió tradicionalmente los títulos nobiliarios. En España, Salmerón los suprimió por decreto de 1873, pero fueron restablecidos por Alonso Martínez en 1874, quien llegó en el prólogo de su decreto al siguiente razonamiento: "Gran error sería imaginar que sólo en las monarquías pueden existir títulos nobiliarios, por ser únicamente compatibles con esta institución las distinciones honoríficas. Quizá fuera más exacto, aunque siempre penoso, confesar que esas distinciones sólo ofenden a las pasiones demagógicas, que empezando por negar a la patria y queriendo privar a la personalidad humana de sus nobles atributos y aspiraciones generosas, pretenden fundar en el general rebajamiento la grandeza común de los ciudadanos".
En Francia, todos fueron abolidos por la Revolución (1789); después, Napoleón I creó gran número de ellos, y Luis XVIII, después de su restauración, creó muchos más; los títulos antiguos revivieron y los concedidos por Napoleón continuaron existiendo. La Revolución de 1848 prohibió otra vez los títulos, pero Napoleón III creó otros nuevos y restauró los antiguos. En la Constitución de 1870, no se habló ya de ellos.
Hay también títulos pontificios, concedidos por el Papa.
La Constitución republicana española de 1931 declaró, en el artículo 25, párrafo segundo, que el Estado no reconoce los títulos de nobleza. Pero la Constitución fue derogada tras la caída de la República, después de la Guerra Civil (1936-1939), y reorganizada la legislación sobre títulos nobiliarios.