¿Quién inventó el timón?


   La navegación debe de ser casi tan antigua como el hombre. El simple hecho de ver un tronco arrastrado por la corriente de un río ya debió sugerirle la posibilidad de moverse sobre las aguas encima de un cuer­po flotante, utilizando ese río como «un camino que se mueve». Es muy probable que este hombre primitivo utilizase una pértiga o palo con el que, apoyándolo en el fondo, pu­diera dirigir su improvisada embar­cación. No tardaría seguramente en aparecer la balsa, como unión de varios troncos, más estable y capaz de transportar una carga mayor. Tampoco tardaría en aparecer la ca­noa, como consecuencia de vaciar un tronco, que haría la embarcación más ligera. La prehistoria de la na­vegación se fue así desarrollando lentamente hasta que hacia el año 3500 antes de C. hizo su aparición un elemento primordial, la vela. A partir de entonces quedaba solu­cionada buena parte del problema principal; la propulsión de la nave podía aprovechar un medio sustitutivo de los fatigados brazos del ma­rino: la fuerza del viento. Quedaba sin embargo por solucionar el otro gran problema, el de la dirección que se quisiera dar a la embarcación independientemente de las corrien­tes o de los caprichos del viento. Este problema tardaría aún siglos en empezar a resolverse, lo que puede decirse que ocurrió con la aparición del timón. Entre el año 2500 y el 2000 antes de C. aparece el remo sustituyendo a la pértiga impulsora. En los antiguos documentos egip­cios de esta época aparecen ya imá­genes de naves con remos y vela cuadrada navegando por el Nilo. Por fin, hacia el año 1500 antes de nuestra era, hace su aparición una embarcación con un remo fijo colo­cado en la popa a modo de timón. Desde luego que no sabemos quién tuvo la idea de colocar uno de los remos como timón, pero existen grandes probabilidades de que ello se le ocurriera a un fenicio. La apari­ción del instrumento capaz de dotar de dirección a la embarcación se corresponde con la hegemonía na­vegante, descubridora y comercial de los fenicios, pueblo de pescado­res, mercaderes y piratas, astutos y audaces, que no dudaron en aven­turarse más allá de los límites del Mediterráneo en busca de las islas del estaño, tras haber surcado a lo largo y a lo ancho todas las aguas del Mare Nostrum.