En la plaza del mercado de la antigua Atenas, una multitud rodeaba a un hombre que, por el desorden de sus vestidos, la rareza de sus gestos y el brillo de sus ojos, parecía un loco. De pronto, en voz alta y en verso, se dirigió a los atenienses diciendo:
"Vengo de la hermosa isla de Salamina y el mensaje que traigo para vuestros oídos lo he puesto en una canción".
La muchedumbre escuchaba con terror y sorpresa, porque era evidente que ningún hombre cuerdo hubiese corrido el riesgo de pronunciar tales palabras. Los atenienses habían realizado tantos y tan costosos intentos para rescatar a Salamina, que ante sus fracasos, habían dictado una ley en la que se prohibía bajo pena de muerte la sugestión de que se realizara una nueva tentativa. En aquel frenético poeta que públicamente declamaba sus apasionadas palabras, la gente había reconocido al aristócrata Solón, que esperaba escapar a la pena impuesta por la ley fingiéndose loco para manifestar sus deseos: "Vamos a Salamina, hermanos, luchemos por la hermosa isla y alejemos para siempre de nosotros el peso insoportable de la vergüenza".
La apelación de Solón produjo un efecto tan profundo, que los atenienses se decidieron a intentar una vez más la reconquista de la isla, y como quiera que esta vez lograron su propósito, Solón fue considerado como un héroe nacional. Esto es lo que cuenta la leyenda. Pero sea ello cierto o no, en otra gran crisis producida por el incremento que tomaba Atenas como ciudad comercial, los atenienses se dirigieron a Solón para que los salvara. Algunos ciudadanos habían reunido fortunas colosales en el comercio, mientras la masa de trabajadores y de aldeanos era cada día más miserable. Pequeños agricultores, obligados a tomar dinero a préstamo a un interés usurario, perdían sus tierras hipotecadas, y para pagar a sus crueles acreedores, tenían que venderse como esclavos. Se creía inminente una revolución cuando de nuevo se oyó la voz del poeta : "Fatal es el destino de la ciudad donde el mal gobierno domina; sólo una buena dirección puede dar la paz. . ."
El pueblo eligió a Solón como arconte, la más alta magistratura del Estado, y le dio la facultad de publicar un nuevo código para substituir a las duras y antiguas leyes draconianas. Ordenó que fuesen puestos en libertad todos los esclavos por deudas; prohibió para lo futuro los préstamos con garantía de la persona del deudor y dio por canceladas todas las deudas en que se había otorgado esta clase de garantía. Limitó la cantidad de tierra que podía poseer cada uno. Mejoró grandemente la administración de justicia mediante una ley, por la cual, aquel que perdiese un pleito podía apelar ante un jurado popular constituido por ciudadanos; y admitió en éste hasta a los hombres más humildes, a los que dio voz y voto en las reuniones de la asamblea y en la elección de magistrados. Así, Solón creó la base de la democracia ateniense.
Según la leyenda, después de haber hecho inscribir estas leyes en unas tablas de madera y de ordenar al pueblo que las observase, salió de Atenas para viajar durante 10 años; durante este viaje, se dice que tuvo lugar su visita al rey Creso de Lidia, realmente legendaria.
La revolución que Solón había querido evitar se produjo finalmente en Atenas con el resultado de que Pisístrato, miembro de una noble y poderosa familia, se hizo cargo del poder supremo; pero a pesar de ello, los ideales de justicia y democracia conservaron una influencia poderosa a través de toda la historia ateniense. Solón fue uno de los griegos que los antiguos designaron como los Siete Sabios, a los cuales, se atribuyen muchas máximas famosas, como por ejemplo: "Nada en demasía"; "conócete a ti mismo"; "la moderación es el mejor de los bienes".