La primera vez que aparecieron los relojes mecánicos fue en Europa en torno a 1360 para sustituir a las clepsidras, que sólo medían horas. Los nuevos relojes eran más precisos y con el tiempo sonaban cada cuarto de hora, además de cada hora. Los relojes funcionaban con un peso sujeto a un gran engranaje o rueda dentada. La caída del peso se frenaba mediante diferentes engranajes conectados entre sí que movían las manillas por la esfera del reloj.
Los primeros relojes mecánicos se construyeron en las torres de iglesias y monasterios para indicar las horas de la oración.