Así se les llamaba a los practicantes de una secta impulsada, en el siglo trece, por Rainieri, un monje dominico italiano natural de Perugia. Para combatir las calamidades y pestes que azotaban a numerosas regiones de Italia, y ante el malestar político de la época, el monje aconsejaba seguir unas severas penitencias. El sufrimiento y el odio al cuerpo eran la única vía para la salvación del alma.
Los miembros de esta secta iniciaron su andadura tras agruparse en cofradías disciplinadas. Estas iban de aldea en aldea portando una cruz -por este motivo también se les conoce con el nombre de cruciferi- y con el torso desnudo. En sus procesiones entonaban cánticos, a la vez que se flagelaban hasta sangrar, con látigos rematados en puntas metálicas.
Estos espectáculos suscitaron el apoyo popular, lo que indujo a cometer tremendos abusos. La iglesia no tardó en reaccionar, y el 20 de octybre de 1349 el Papa Clemente VI promulgó una bula condenando sus prácticas, y ordenó la persecución de los miembros de la secta, que concluyó con el apresamiento de los cabecillas.