Las bacterias presentes en el aire se alimentan de los productos frescos, como frutas y verduras, lo que hace que se estropeen rápidamente. Se descubrió que introducir en tarros cerrados los alimentos frescos cubiertos de aceite o vinagre evitaba que las bacterias los estropeasen. Así, mucho antes de que se inventaran el enlatado y la congelación ya era posible disfrutar de alimentos estivales durante los fríos meses del invierno.