¿Cómo empezó el hombre a servirse de los metales?

   Es probable que el hombre descu­briera por casualidad la existencia de los metales: podemos imaginar que observó con estupor cómo se fundían las piedras de su hogar, for­mando un extraño riachuelo incan­descente. Y mayor debió ser indu­dablemente su asombro cuando, una vez terminada la acción del calor, el material se solidificó. Así fue cómo entró en posesión de las primeras cantidades, de cobre, estaño y hie­rro. Comenzaba una nueva era.
   Pocos son los metales que se en­cuentran en la naturaleza en estado puro. Por lo general, suelen encon­trarse combinados con otros ele­mentos. Entre los metales, el más curioso es sin lugar a dudas el mer­curio, cuyo punto de fusión se sitúa a una temperatura muy baja. Para hallarlo en estado sólido sería ne­cesario llevarlo a una temperatura de 39 °C bajo cero.
   Existen en la naturaleza metales más ligeros que el agua, y por con­siguiente susceptibles de flotar co­mo la madera y el corcho. El litio es uno de ellos: su peso específico es aproximadamente la mitad que el del agua (0.534). Presenta el aspec­to típico de los metales, pues es de color blanco plateado, pero su masa es blanda, lo que sólo le hace útil aleado con plomo o aluminio. El li­tio es un descubrimiento bastante reciente: fue aislado por primera vez en el año 1817, en Suecia, a par­tir de un mineral llamado petalita.