¿Quién ha sido la enfermera más famosa de la historia?

   Por primera vez en la historia, el Go­bierno británico concedía el año 1907 la Orden del Mérito a una mujer. Esta mujer se llamaba Florence Nightin­gale, pero también era conocida como El Ángel de Crimea. Y su pro­fesión era la de enfermera. Florence Nightingale había crecido en el seno de una adinerada familia de terratenientes ingleses y había recibido la esmerada educación que correspondía a una distinguida dama de la alta sociedad victoriana. Pero a la hora de elegir su futuro prefirió entregarse a la por entonces no muy considerada profesión de cuidar en­fermos, en vez de dedicarse a la vida mundana. Después de varios años de formación y aprendizaje del cui­dado de enfermos y métodos hospi­talarios, en 1853 fue nombrada superintendente de un hospital para mujeres inválidas en Londres. Pero el año siguiente, la sensibilidad de Florence Nightingale se vio afectada por las noticias aparecidas en el Times acerca de las desastrosas condiciones en que se encontraba el Hospital Militar Británico de Escútari (ciudad hoy perteneciente a Albania) con motivo de la Guerra de Crimea, y decidió presentarse vo­luntaria al Ministerio de la Guerra; precisamente, su carta se cruzó con otra del secretario del mismo depar­tamento invitándola a acudir a Escútari. Y allí se presentó Florence en unión de otras 38 adiestradas enfer­meras a finales de 1854. Su labor fue tan dura como fructífera y, desde luego, marcó un hito en la historia de la sanidad de guerra. Los desve­los (dedicaba a veces 20 horas diarias a su labor) de Florence Nightingale y su capacidad de organización die­ron como resultado, gracias también a la obtención del material adecuado a pesar de los impedimentos buro­cráticos, el conseguir que el índice de mortalidad entre los enfermos y heridos de Escútari descendiera del 42 al 2 por ciento. Su entrega a la causa de las víctimas de la Guerra de Crimea tuvo un duro precio: a consecuencia de unas fie­bres contraídas allí, quedaría per­manentemente inválida. No obstan­te, aún le quedaba por delante una gran tarea que desarrollar. Acometió una campaña de mejora sanitaria en el ejército, estableció el Hogar Nigh­tingale para formación de enferme­ras en Londres, gracias a una cuan­tiosa subvención donada por la nación, fue autora de numerosos es­tudios sobre formación de enfermeras y hospitales, y fue una ferviente de­fensora y propagandista del espíritu de la Cruz Roja Internacional. Tras una fecunda vida de entrega al prójimo, Florence Nightingale co­menzó a descansar para siempre en 1910, cuando falleció a los 90 años de edad.