¿Quién fue el gran filósofo que decía: «Sólo sé que no sé nada»?

   La primera gran figura de la fi­losofía fue un ateniense llamado Sócrates, que nació en el 470 an­tes de Cristo. Era hijo de un escultor y de una comadrona, y sólo aban­donó su ciudad para luchar, con gran valor, en varias guerras. Ejer­ció su labor de filósofo por medio de un método bastante peculiar. No hacía exposiciones, sino que dialo­gaba. Preguntaba a los demás lo que sabían acerca de una cosa o de sí mismos y, si el interlocutor se prestaba a discutir, Sócrates po­día hacerle llegar, por medio de la ironía, a nuevas ideas. Llamaba a este método arte de la comadrona, pues él únicamente colaboraba a que las ideas nacieran por sí mis­mas, y decía haberlo aprendido ob­servando a su madre. Como no escribió nada, sólo conocemos su pensamiento de forma incierta, por medio del testimonio de algunos de sus discípulos, sobre todo Platón y Jenofonte. Creía que su filosofía debía ser, principalmente, un modo de vida que acercara a la felicidad interior y, para ello, debía alcanzar el conocimiento del bien. Atacó to­da doctrina que no pretendiera bus­car ese conocimiento y acabó por pensar que todos los demás hom­bres no sabían nada. Entonces se proclamó el más sabio entre to­dos ellos: por lo menos, yo sé que no sé nada, dijo. No era ésta, sin embargo, una actitud de desprecio, sino una lección de humildad ante las pretensiones de la filosofía ante­rior. A una conclusión semejante habían llegado los llamados sofis­tas, para quienes el conocimiento verdadero no era posible, porque el hombre era el espejo de una reali­dad multiforme, lo que le convertía también en multiforme, y sólo podía dar opiniones aventuradas acerca de las cosas. Pero Sócrates creyó hallar una salida al problema me­diante el procedimiento de conocer­se a sí mismo. Por medio de esta introspección, podemos llegar a de­finiciones precisas que nos acer­quen a la noción del bien. Su propia integridad moral le creó enemigos políticos y fue procesado bajo las acusaciones de corromper a la ju­ventud e introducir nuevos dioses. Su única defensa fue responder que merecía ser mantenido por la comu­nidad. Condenado a muerte, tuvo ocasión de escapar, mas no lo hizo, pues quiso dar una lección de leal­tad y honradez. Bebió cicuta, vene­no que se utilizaba en Grecia en las ejecuciones, y murió mientras ha­blaba sobre la inmortalidad del alma con sus discípulos. Tenía entonces setenta años. El juicio y la muerte de Sócrates se relatan en la Apología y el Fedón de su discípulo Platón.