¿Quién consiguió que los pa­cientes no sufran mientras se les opera?

   Antiguamente el dolor se suprimía mediante fricciones locales con cier­tas plantas como la adormidera y la mandrágora. También se utilizó con buenos resultados el hipnotis­mo. Pero la anestesia moderna no se inició hasta bien entrado el siglo XIX, cuando el odontólogo nortea­mericano Horace Wells tuvo la idea de hacer inhalar a los pacientes óxido nitroso, o gas hilarante, para reali­zar extracciones dentarias; Wells, sin embargo, no tuvo suerte, pues tras realizar algunas pruebas ex­perimentales intentó en 1845 efec­tuar una demostración pública en el Hospital de Massachusetts, que fracasó debido a que el paciente era un individuo alcohólico y obeso que hubiera necesitado una mayor dosis de anestésico. El fracaso fue la pri­mera de una serie de desgracias que llevaron a Wells al suicidio, precisa­mente con su anestésico. Pero en 1846 otro dentista nortea­mericano, William Morton, apli­cando las ideas de Wells, fue el pri­mero en emplear con éxito el éter como anestésico en una operación quirúrgica que realizó el cirujano Warren en Boston. Y el año siguien­te quedarían sentadas las bases de la moderna anestesia, al emplear el ginecólogo Sir James Simpson el cloroformo en un parto que tuvo lugar en Edimburgo.