¿Quién fue Molière?


   Molière (1622-1673) fue un comediógrafo fran­cés, natural de París. Su verdadero nombre era Jean-Baptiste Poquelin. Su padre era tapi­cero de la corte del rey Luis XIV, lo cual per­mitió a su hijo gozar de la excelente oportu­nidad de educarse con los jesuitas. Los conocimientos clásicos que así adquirió fue­ron completados con estudios superiores de leyes, proseguidos por algún tiempo, en fecha posterior.

   A la temprana edad de 21 años sin­tió afición por las ta­blas, pero pasó más de 12 años aprendien­do los detalles que más tarde le facilita­rían el éxito y la con­sagración definitiva en la comedia francesa. Durante este periodo de aprendizaje, Molière se familiarizó con los recursos necesarios que debe poseer todo actor de teatro, se percató de los detalles que es pre­ciso tomar en cuenta para que la representa­ción resulte económicamente provechosa y, so­bre todo, observó con detenimiento y cuidado la técnica que debe seguirse al componer pie­zas de teatro.

   La experiencia adquirida tras muchos años de paciente labor dio los frutos esperados cuan­do en el año 1658 la compañía que entonces encabezaba ofreció una representación ante Luis XIV. El monarca y los nobles quedaron tan bien impresionados que desde esa fecha la corte francesa demostró preferencia incon­dicional por las representaciones de Molière y sus asociados.

   La consagración del grupo quedó totalmente confirmada en 1665, fecha en que el soberano francés declaró oficial la compañía de Molière y decidió darle todo el apoyo de la corona elevando a su director a la categoría de pro­tegido real.

   El contacto que Molière había tenido con toda clase de gente en sus años iniciales le sirvió en forma muy especial para observar las flaquezas humanas, observación que más tarde le brindaría espléndido material para la carac­terización de los tipos que deseaba emplear en sus obras. El propósito principal de sus mejores piezas es sin duda burlarse de las de­bilidades de los seres humanos y hacer gozar al público viéndolas ridiculizadas.

   El genio de Molière se agiganta en el cam­po de la sátira burlesca. Por sus composicio­nes desfila una abigarrada galería de indivi­duos que muestran los vicios y defectos capi­tales de que adolecen. Lo que más satiriza el comediógrafo es la falsedad en el vivir de cier­tas personas que pasan o pretenden pasar por respetables. La burla es, de este modo, im­placable cuando tiene por blanco a los advene­dizos o arrivistas, o cuando se mofa de los mé­dicos, los abogados, los jueces u otros profe­sionales a quienes sólo les interesa cobrar ho­norarios sin cuidarse de la competencia que deben demostrar a cambio del dinero de que despojan a los incautos clientes.

   Naturalmente que la protección del rey con­tribuyó en gran medida al éxito de las piezas de Molière y a la valentía de su sátira, pero no por ello dejó de contar con enconados e influyentes enemigos que se sentían víctimas de las aceradas burlas del comediógrafo ofi­cial.

   Las obras de Molière gozan hasta hoy de gran popularidad, por la gracia ligera y el am­biente de vitalidad que en ellas se respira. La sátira misma, por referirse a tipos tan huma­nos, tiene una permanente actualidad. Sus pie­zas más conocidas son: Las Preciosas Ridículas (1659), La Escuela de los Maridos (1661), La Escuela de las Mujeres (1662), Tartufo (1664-1669), Don Juan (1665), El Misántropo (1666), El Médico a Palos (1666), El Avaro (1668), El Burgués Gentilhombre (1670) y El Enfermo de Aprensión (1673).