¿Quién fue el gran químico que murió guillotinado?


A sus 25 años, Antoine-Laurent Lavoisier era ya famoso por sus investigaciones y fue elegido miem­bro de la Academia de Ciencias. Había nacido en 1743 en París, en el seno de una familia acomodada, lo que le permitió estudiar en los mejores colegios de la capital; no tardó mucho en demostrar unas extraordinarias aptitudes para asi­milar todos los conocimientos exis­tentes entonces sobre el mundo de la química y adentrarse en ese mun­do casi desconocido con sorpren­dente clarividencia. La contribución científica más im­portante de Lavoisier fue la de de­terminar las propiedades del oxí­geno y explicar con certeza el fe­nómeno de la combustión. Hasta entonces se había aceptado la teoría flogística de Stahl, según la cual los cuerpos combustibles con­tienen un elemento, el flogisto, ca­paz de transformarse en materia del fuego por la acción de una tempera­tura elevada. Lavoisier explicó que la combustión consiste en la combi­nación del oxígeno con otros ele­mentos. Demostró que la combustión puede ser rápida, por ejemplo al quemarse la madera, o lenta, por ejemplo al oxidarse el hierro. La­voisier pudo explicar así la alimenta­ción como proceso de combustión. Lavoisier no sólo es considerado el fundador de la química moderna, sino también el primero capaz de ponerla al alcance de todos los hombres, liberándola del oscuro lenguaje que había heredado de la alquimia. Lavoisier definió a la ma­teria por su propiedad de tener pe­so, estableció un sistema de no­menclatura química que se ha con­servado hasta hoy y expuso una tabla de elementos que contiene 23 elementos verdaderos. Todo ello está recogido en la obra fundamen­tal del químico parisino: Traite élémentaire de Chimie, calificada co­mo la primera gran síntesis de los principios de la química. En esa obra se expone igualmente su fa­mosa ley de la conservación de la materia: Nada se crea...; en todo proceso hay una cantidad igual de materia, tanto antes como después del mismo.

   Sin embargo, los méritos científicos de Lavoisier no iban a servirle para librarle del torbellino de sangre desencadenado por la Revolución Francesa. Los dirigentes de ésta no sólo vieron en él al heredero de una gran fortuna y al director de las fábricas de pólvora (cargo que asu­mió en 1776) sino también, y sobre todo, al miembro del cuerpo de re­caudadores de impuestos, al que Lavoisier pertenecía desde años an­tes. Primeramente fue expulsado de la Asamblea Nacional y despojado de todos sus cargos. Y al llegar la época del Terror fue detenido y condenado a morir en la guillotina, sentencia que se cumplió impla­cablemente en 1794 en París.