Teodosio "el grande" y sus hijos

   El español Flavio Teodosio fue el último gran emperador roma­no y vivió del 346 al 395. Hombre ponderado y ecuánime, político de gran capacidad y hábil diplo­mático, detuvo a los bárbaros en su marcha arrolladora, supo someterse a la Iglesia y utilizarla para consolidar su poder.

   Demostró desde su juventud grandes condiciones de caudillo militar junto a su padre, el conde Hono­rio. Como gobernador de Mesia (374), derrotó a los bárbaros de las cercanías del Danubio que habían invadido aquel territorio. Establecióse después en sus posesiones de Cauca (la actual Coca, en la pro­vincia española de Segovia, donde nació), y no pen­saba quizás en otras lides cuando fue llamado por el emperador Graciano para asociarlo al Imperio. Se encargó del gobierno de Oriente, luchó con suer­te diversa con los bárbaros y acabó pactando hábil­mente con los godos, a base de mutuo respeto y amistad; los godos quedaron sometidos y obtuvieron la protección de Teodosin, quien los trató en adelan­te con afecto y lealtad sin límites. Esto fue precisa­mente la causa del más reprobable de los hechos que cometió el emperador.

   Después de la muerte de Graciano, las luchas en­tre Máximo y Valentiniano fueron aprovechadas por Teodosio, quien protegió al segundo y entró con él triunfalmente en Roma, donde gobernó de hecho a todo el Imperio. Pero en Tesalónica, un día del año 390, fue detenido un cochero que tenía grandes sim­patías populares; amotinóse con tal motivo el popu­lacho, destrozó la estatua imperial y mató a muchos godos; como el emperador les había prometido su protección, temeroso quizás de las repercusiones que la matanza pudiera tener entre los pueblos bárbaros, se indignó sobremanera y dispuso represalias inmediatas y duras; parece que su ministro Justino dispuso que fuera pasada a cuchillo la población en masa, y se hizo así. Teodosio lo lamentó en extremo, y cuando San Ambrosio le negó la entrada en la iglesia de Milán por haber derramado sangre ino­cente, mostró su arrepentimiento, acató la orden y se retiró a su palacio hasta que entendió haber he­cho la penitencia debida. En realidad, es Teodosio quien inicia la política de sometimiento a la Iglesia para aprovechar su influencia, política que tan hon­das repercusiones había de tener en los tiempos me­dievales.

   Un caudillo franco de gran prestigio y capacidad, Arbogastes, después de haber servido a la política teodosiana largo tiempo, derrocó y asesinó a Valen­tiniano, y lo substituyó por Eugenio, noble romano amigo suyo. Teodosio los derrotó, hizo ejecutar a Eugenio y obligó a Arbogastes a refugiarse en las montañas de las Galias, donde tuvo que suicidarse para no caer en manos de sus perseguidores. Teodo­sio quedó así dueño absoluto del Imperio y asoció al poder a sus hijos Arcadio (377-408) y Honorio (384-423), a quienes adjudicó respectivamente la parte de Oriente y Occidente en su testamento polí­tico; sorprendente decisión en estadista de su talla, que no podía ignorar la necesidad de sostener el Imperio bajo una sola dirección y con mano dura.

   El gobierno de Honorio en Occidente, bajo la tutela del inteligente Estilicen, fue una lucha con­tinua con los bárbaros; en el 404, trasladó la corte de Milán a Genova por prudencia o miedo; y en el 408, cedió ante las intrigas de los envidiosos e hizo decapitar a Estilicón. Asoció, después, al Im­perio a su cuñado Constancio, que murió en el mismo año (421). Arcadio fue sincero y ardiente cristiano; pero dejó las riendas del gobierno en manos de la cruel y ambiciosa Eudoxia, su esposa.