¿Quién fue el hombre de Nean­dertal?

   El año 1856, en una cantera del valle de Neandertal, próximo a la ciudad alemana de Dusseldorf, fueron halla­dos unos curiosos fósiles. Se hizo cargo de ellos el profesor Johann C. Fuhlrott, quien no tardó en advertir que entre los mismos desta­caba un cráneo grande, de robustos huesos, y que presentaba unos sa­lientes supraorbitales muy marcados, parecidos a los de los gorilas. Junto a aquel cráneo, la forma de unos fémures delataba que aquel ser había andado erguido. Fuhlrott creyó ha­llarse entonces ante los restos de un hombre excepcionalmente primitivo, que quizá había buscado refugio allí para ponerse a salvo. Este descubrimiento fue fundamental para la ciencia antropológica. Per­mitió establecer que, entre los hom­bres más antiguos de los que se tiene noticia histórica y el hombre de Neandertal, había una evidente relación evolutiva. Luego, otros restos fósiles hallados en varios lugares confirma­ron que hubo una raza de hombres neandertalienses, de características físicas similares. Los fósiles halla­dos posteriormente, pertenecientes a antepasados del hombre que exis­tieron mucho antes o mucho des­pués del hombre de Neandertal, permitieron asegurar que la neandertaliense era la subespecie más remota de Homo sapiens. Antes de ella se puede hablar de Homo erectus pero todavía no de Homo sapiens, que es la especie a la que pertenece hoy toda la humanidad. Sabemos que vivió hace unos 50.000 años y que era de pequeña estatura, aproximadamente 1,55m., nariz an­cha, cejas prominentes y mandíbula fuerte y sin mentón. Sabemos tam­bién que su capacidad craneana y, por tanto, su volumen cerebral eran ya considerables. Además, por los indicios hallados en diversos yaci­mientos podemos adivinar algo de la vida de aquel hombre hallado en Neandertal: probablemente cazaba el oso, muy extendido por toda Eu­ropa en aquella época de glaciación; enterraba ritualmente a sus muertos; era capaz de fabricar hachas de mano y puntas afiladas como herramienta; su vida era difícil, pues la naturaleza le planteaba demasiadas dificultades, en especial el frío; no viviría más de 50 años, y quizá la ar­tritis acabara con él bastante antes.