Origen de la Caballería

LA CABALLERÍA

UNA de las singularidades más sor­prendentes de la historia de Europa ha sido que la rudeza y belicosidad de los señores medievales — tantas veces des­atadas en guerras estériles— hayan podido encauzarse al servicio de un ideal caballeresco, generoso y noble.
Imprimiéndoles principios de devo­ción cristiana, logró la Iglesia someter aquella pujanza a ciertas condiciones. Por de pronto, el valor de un caballero cristiano no podía estar en pugna con los preceptos de la religión; al contra­rio, debía defenderlos. Esto suponía un compromiso y una honrosa misión que la Iglesia formalizó con las órdenes de caballería, sometiendo a los candidatos a cierta iniciación solemne y a un régimen especial de conducta "caballeresca".


EL IDEAL CABALLERESCO
La caballería surgió en el siglo XI y tuvo su apogeo en el XIII. Sin embargo, sua antecedentes son muy remotos. Los primitivos germanos tenían algunas costumbres generosas, rasgos de cortesía y cierto sentimiento del honor. La mujer era venerada entre ellos, se enaltecía el valor, respetaban la palabra empeñada, competían en torneos y desafíos, y el dere­cho al uso de las armas o a emprender determinada empresa debía ser otorgado mediante cierta ceremonia de iniciación militar. Los árabes también tenían algunos usos de cortesía y agrupaciones guerreras sujetas a reglas caballerescas.
La Iglesia medieval canalizó tales inclinaciones, junto con los principios cristianos, en más de doscientas órdenes de caballería, cuyos miembros se constituyeron en arbitros de la justicia, defensores de débiles y paladines de la fe.
No debemos suponer, sin embargo, que la exaltación de tan nobles ideales tuviera en sí la virtud de convertir a gue­rreros de escasa cultura en verdaderos héroes y dechados de perfección; pero, sin duda, contribuyó a moralizar las cos­tumbres, a moderar el despotismo y a forjar un nuevo estilo de vida.


LA HONRA
La exaltación del honor fue esencial en la caballería e indujo a cuidar de su integridad con más celo que de la vida.
Si un caballero cometía alguna cobardía, impiedad, felonía, traición u otra vileza que mancillara el ideal caballeresco, era sometido a una especie de degradación. Se lo conducía a un tablado donde sus armas eran públicamente rotas y pisotea­das, quitábansele las espuelas, y su escudo era arrastrado a la cola de un caballo, después de quitársele el blasón. Los heraldos proclamaban su infamia y todos podían injuriarlo. Luego se lo tendía sobre una parihuela, cubierto de crespones, y lo llevaban hasta la iglesia, recitando detrás suyo las ora­ciones de difuntos. El caballero, como tal, desde ese momento ya podía considerarse como muerto a causa de su deshonra.