Las mitológicas sirenas

   Según las antiguas creencias mi­tológicas de los grie­gos, eran las sirenas ninfas del mar que con su canto atraían a los navegantes, víctimas de la crueldad de estos genios malignos. Se las describía habitando prados floridos y de­leitosos, entenebrecidos por huesos humanos. Se cuenta que Ulises, cuando pasó por la isla de las Sirenas, pa­ra librarse de sus se­ducciones, se hizo atar fuertemente a la nave y tapó sus oídos con cera de abejas. Despues de que salvó este peligro, las sirenas, desespe­radas por su fracaso, se lanzaron al mar y fueron convertidas en los islotes o peñascos de las Siremusas, que se encuentran cerca de las costas italianas. En las antiguas representaciones griegas, las sirenas aparecían como aves singulares, con la cabeza, el pecho y los brazos de mujer.
   Eran hijas de Aqneloo y de Calíope o Gea; fue­ron convertidas en monstruos en castigo de su des­cuido al haber permitido el rapto de Proserpina.
   Sin saberse por qué, con el tiempo, estas deidades aparecieron transformadas en seres acuáticos, bellí­simas mujeres cuya cola era de pez y estaban cu­biertas de argentinas escamas.
   Cuando los exploradores españoles llegaron a América y se encontraron con los manatíes, creyeron encontrar en ellos a las sirenas de la leyenda, por lo que les dieron el nombre de peees-mujeres, quizás porque estos animales tienen sus mamas pectorales y dan de mamar a sus pequeñuelos sujetándolos con las aletas de modo tal, que recuerdan a una mujer que da el pecho a sus hijos.
   Paralelamente a las sirenas, la leyenda nos habla de los tritones, que se encontraban en el fondo de los mares y eran mitad hombres y mitad peces.
   Los cronistas de América, como Fernández de Oviedo y otros, describen a los hombres marinos, que según la imaginación desbocada de los primeros europeos que llegaron a América, se encontraban en las playas del Nuevo Continente. Leyendas y fan­tasías acerca de hombres-peces se encuentran ya en muchos autores antiguos, como Plinio, Aldrovando y otros. Según Plinio, un hombre pez cayó, siglos antes de la era cristiana, en las redes de unos pescadores de las proxi­midades de Cádiz.