El corazón humano


El corazón es una máquina de bombeo muy resistente. Pero no trabaja inin­terrumpidamente. La contracción no dura más que 1/3 del tiempo de cada latido. Durante los 2/3 restantes se llena la cavidad cardíaca con nueva sangre y la musculatura permanece relajada. Es muy importante que el corazón no descanse más que un breve lapso cada vez. Si el cerebro no recibe sangre fresca y oxi­genada, se perturba su funcionamiento y se pierde el conocimiento en pocos segundos. El cerebro sólo puede sopor­tar, sin dañarse definitivamente, unos minutos de detención cardíaca, a la temperatura normal del cuerpo. Si una intervención en el corazón requiere que se detenga durante más tiempo la circu­lación del paciente, hay que enfriar su cuerpo para que disminuya la necesidad de oxígeno de los tejidos. Ingeniosos mecanismos reguladores adap­tan el bombeo del corazón a las necesi­dades del cuerpo. El latido cardíaco se origina en un centro de impulsos (nodulo senoauricular) sito en la pared de la aurícula derecha; luego es con­ducido a la aurícula izquierda, siendo estimulados a continuación los ventrícu­los. Si el corazón no está influido exteriormente, la velocidad de los latidos (número de pulsaciones) es de unos 70 por minuto. Pero la producción de im­pulsos es regulada también por los dos sistemas nerviosos autónomos del cuerpo (independientes de la voluntad). El sis­tema nervioso simpático, que actúa cuando uno se esfuerza o se emociona, acelera el pulso y puede aumentar las pulsaciones hasta 180-190. Durante el sueño predomina el sistema parasimpático, que hace más lento el pulso. El latido del corazón puede a veces originarse en un punto que no sea el nodulo senoauricular. Tras una comida copiosa, después de fumar, de tomar café fuerte, etcétera, el corazón puede dar un latido extra, un "extrasístole", seguido eventualmente de una pausa más larga (cuan­do el impulso ordinario llega, no influye en la musculatura que, tras los extrasístoles, queda brevemente inhibida). En un individuo sano, esto no es peligroso. Ya que la musculatura cardíaca se con­trae con tanta más fuerza cuanto más se dilata al llenarse el corazón, el efec­to de bombeo se adapta automática­mente a la cantidad de sangre que vuelve a aquél. Sin embargo, si el pulso es muy rápido, el corazón no tiene tiempo de llenarse. Lo mismo sucede cuando el pulso es demasiado lento: los demás tejidos reciben poca sangre. La adap­tación, por tanto, tiene también sus límites.

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