No podemos contener la respiración durante más de unos minutos, porque cuando dejamos de respirar, empezamos a almacenar un gas llamado dióxido de carbono, el cual es producido por las células del cuerpo como un producto de desecho.
Dado que la respiración es controlada por el centro respiratorio en el cerebro, un aumento de dióxido de carbono en la sangre estimula el centro respiratorio.
A continuación, el cerebro envía mensajes a los músculos respiratorios para que estos trabajen más rápido y así obtener más oxígeno. Así que, no importa lo intensamente que tratemos de contener la respiración, nuestro impulso automático para respirar es más fuerte que nosotros.
